Ciertamente se puede celebrar la liberación de Patrick Zaki, indultado ayer por el presidente egipcio Abdel Fatah al-Sisi después de una condena de tres años por “difusión de noticias falsas”. Hay que hacerlo: un inocente podrá finalmente volver a Italia (a Bolonia, se graduó de forma remota, de la remota celda egipcia en la que pasó más de un año y medio) y ser un hombre libre.
Pero exultar porque un país no liberal ha puesto fin a una flagrante injusticia es poca cosa, si el interés debiera ser el de seguir haciendo negocios a pesar del espinoso asunto del brutal asesinato de Giulio Regeni nunca se haya resuelto. El favor de Zaki para poner una lápida sobre el incómodo asunto del italiano masacrado: ¿es esto?
Giulio Regeni, es bueno recordarlo, fue hecho desaparecer y masacrado en Egipto por los servicios secretos de ese país (donde las violaciones de los derechos humanos son ampliamente conocidas a nivel internacional y documentadas). Tres oficiales de la National Security Agency son acusados por la magistratura italiana de ser los autores del crimen, sobre el cual nunca se logra encontrar la cuadra.
El Parlamento Europeo ha pedido en varias ocasiones “suspender todas las exportaciones a Egipto de armas y tecnologías de vigilancia” a un país que es todo menos democrático, excluyendo las armas “ligeras” que son las más utilizadas. Italia sigue vendiendo material bélico al país africano.
Y luego están los grandes negocios de energía. Por eso el puente comercial entre Roma y El Cairo nunca se romperá. Y por eso muchos temen que con el contento Zaki ahora del pobre Regeni ya no se acuerde nadie. O casi. Esperamos equivocarnos.